24 ago 2010

Ni en el blanco de los ojos (3)

Nora Wells es una viejita que siempre está sentada a la puerta de la chocolatería las tardes de invierno. Lleva por abrigo una toquilla que ella misma se ha cosido y se mece sin prisas, hacia adelante, hacia atrás... Hace punto mientras inventa vidas. Aquel hombre que pasa corriendo seguro que tiene prisas porque llega tarde al trabajo. Su mujer no le ha despertado de la siesta debido a que ayer tuvieron una pequeña discusión y andan bastante enfadados. Su hija había llegado después de un largo viaje a Nueva York (cosas del negocio) y fue la que lo despertó. 
Aquella de las enormes gafas de sol es una pija arruinada. Se gastó todo el dinero que tenía en una enorme mansión a las afueras de la ciudad y en chalecos de pieles que resultaron ser falsas. Le gustaría comprarse un buen coche para no tener que ir caminando a todos lados, pero apenas le queda para sobrevivir al día a día. 
Cuando termina el jersey para su hija se levanta sin ayuda y se encamina hacia su casa. Sube las escaleras y ve como el sol se empieza a poner. Un bonito atardecer desde la ventana de su dormitorio mientras alguien toca el piano en el piso de abajo.
Mi, do, re, sol, la, do...
Sin prisas, con pausa.

Jessica Swan tiene un buen trabajo de abogada en el centro de la capital. Entre sus idas y venidas ha conocido a un muchacho cuyo nombre se le viene cada dos por tres a la cabeza. Llega del trabajo a las dos de la tarde, deja las llaves sobre la mesa que hay junto a la puerta de entrada y se tumba en el sofá a descansar. No es capaz de estar relajada más de diez minutos por lo que cuando el reloj da la y diez se levanta como un resorte y se pone a dar vueltas por la casa. Son las cinco y cuarto de la tarde cuando entra en su estudio y empieza a remover papeles y archivadores. Se sienta en la silla, se cruza de piernas y muerde la punta del bolígrafo con ansias. Poco después empieza a escribir. Toca el reloj las siete en punto y el ordenador acaba de encenderse. Se oye la musiquita de bienvenida por todo lo alto y después solamente acompaña al silencio el pulsar de las teclas. 
Lo que Jessica no tiene planeado es que a las nueve esa noche tiene una cita en un hotel romántico de cinco tenedores ¿Será por eso por lo que está tan nerviosa? 
A las ocho menos cuarto es cuando se relaja. Baja las escaleras enfundada en sus zapatillas de estar por casa y cierra los ojos. Alza las manos y empieza a tocar el piano. 
Mi, do, re, sol, la, do...
Sin prisas, con pausa.

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